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noviembre 30, 2009

Gotas.de.mercurio [9]

Semilla de maíz.
Soy una semilla de maíz.
Estoy puesta aquí por las manos de un nagual. Me ha dejado aquí para que mi sangre, sangre la tierra y germine. Yago en este surco arado por las manos de ese animal mío, ese animal que soy: limpio, oloroso a ocote, idéntico a los terrones de tierra donde fui enterrada. Soy la punta de una espiral. Soy una cicatriz. Soy una gota.
Mi nagual ha arado esta tierra donde yago; esta tierra que me cobija, me nutre, me fecunda; esta tierra donde voy dejando mi piel, mi carne, mis huesos; esta tierra donde sucedo.
Siento el germen latir en mi centro. Mi pequeño tallo recién nacido abriéndose paso desde mí hacia la superficie. Mi pequeño tallo, frágil, que levantará su cuello como quien levanta la cabeza en busca del horizonte, o del mar, o de las cosas imposibles que pueden llegar a su orilla. Mi pequeño tallo que siente niebla por ti, profesor; que siente lluvia, que late en tus labios y en tus sienes. Mi tallo que alzará la vista desperezándose, levantando su sombrero, dejando que tú, profesor, me contemples una vez más. Pero ya no seré yo; o seré yo sin yo: una diminuta mata de maíz con la cara al sol, erguida en mitad de la milpa, cómplice de las yerbas. No habrá entonces heridas en mi piel. No habrá duelo. Sólo, quizá, un rumor de rasguños olvidados, un error embutido en el alma de las cosas, una colmena de ayeres. No habrá duelo porque en su lugar pondré una mariposa atardecida con tu nombre acuestas, profesor, envuelto en malvones, alambre de espinas y lo miel de tus ojos siempre subjetivos: o un manatí melancólico, en cautiverio, para que se haga cargo de nuestras lágrimas y de nuestro exilio.
Seré yerba,
mata de maíz, flora en la lengua de los animales. Lloveré agujas de granizo sobre esta tierra de velorios, sobre este polvo del destino, intentando meterme en tu memoria, mirarte por debajo de la ropa con mi olfato de felina, tocarte con los ojos de mi tallo, nombrar los puntos cardinales de tu vida y hacer un noviembre en cada arista como una santa milagrosa.
Entonces tú vendrás conmigo, profesor,
cobijado de besos, agitando las golondrinas de tu pelvis, recitando poemas de Vallejo. Vendrás con tus ojos que han escarbado en mi tiempo; te harás un hueco en este hueco, te enterrarás aquí, en este lago, en este paraíso ateo que cultivo entre mis piernas. Vendrás, coleccionista de versos, a curiosear en la bahía de mi ombligo donde se escucha el mar cuando acercas el oído
[mi ombligo de vid, de manzana; mi ombligo amado por ti amado por mi ombligo].
Esto será mi cuerpo, profesor: un crío del maíz, un pueblo entero, un momento de jaguares, llovizna, amontonadero de piedras, presagio de tus sueños, un hombre vaciado de momentos, un bicho misterioso que empuña la ceniza de tus huesos, un poeta triste recitando versos que hablarán de aves prehistóricas, una nube que se estira para que la leyenda de mi presencia se haga neblina y te metas todo tú: mi profesor de hispánicas; tú: ciego devoto; tú: piedra de cuarzo; tú: hilo que sutura mis heridas; tu: gota de tierra; voz.
Pero eso será después.
Ahora sólo soy una semilla puesta en este surco de tierra, lastimada, abriéndome. Desde mis heridas brota ya el musgo, la tierra me inunda. Porque estoy hundida en la tierra, profesor, enterrada en la tierra, bañada en tierra, respirando tierra. Un nagual me dejó aquí, navegando en esta carne de tierra que me pudre y me fecunda; esta tierra meridiana, impalpable, surgida de las montañas que bajaron a tocarnos la espalda aquel septiembre en que nos conocimos. Aquí estaré hasta después de las lluvias, cuando los aguaceros den sentido a mi sepultura y levante mi tallo en busca de la luz del sol, en busca del polen de las estrellas.
Pero eso será después. Ahora soy pura fertilidad, el ombligo del mundo, la punta de una espiral, una semilla, una mujer.
La noche tiene para nosotros un bochorno secreto lleno de cometas, profesor. Tiene un derrumbe y un violín huasteco en los brazos tristes de un soldado.
Lo sé.
Lo he visto.
En mis desmayos, en mis crisis, en los sueños posteriores a mis heridas lo he visto. Vi el delirio de los inmortales, y los ecos fulgurantes del amor, y los presagios fatigados de la ausencia, y las barrancas infinitas de la sierra, y las ballenas indivisibles que pastan en tu pensamiento, y las alondras azulosas de tus huellas, y la falsa gloria del falso cielo, y los gritos desaforados del deseo, y los colmillos de los tigres, y mi cuerpo consumido por la tierra. Supe entonces que aún no había terminado de nacer, que mi destino era la semilla, el maíz, la tierra de este pueblo limpio. Y aquí estoy, profesor,
esperándote,
haciéndote un huequito a mi costado.
Un huequito de tierra porque no soy más. Solo mi piel y mi centro. Un corazón latiendo y transformándose en una maraña de raíces que se estiran y escarban en esta tierra que yo elegí. No hay muerte aquí. Aquí sólo hay la humedad del monte, la niebla del monte, el ruido del monte. El monte.
Allá, en aquel lugar diferente a éste, están las cosas del mundo pero no está el mundo. Allá están las hojas de los árboles y el tiempo y los aguaceros y mis padres y mi novio y los trenes y las habitaciones de hotel y esa melodía y tú, profesor. Allá, en ese sitio diferente a éste estás tú, con tus besos y tus versos y tus culpas y tus miedos y tu brutal manera de mirar y de decir. Pero no yo. Yo estoy aquí. Soy una semilla de maíz olorosa a tierra, a pantano. Es este mi mundo ahora:
lodo.
No es pan, ni fruta, ni azúcar, ni música, ni esa melodía que vagamente rebota en alguna esquina de esto que soy.

Antes no era maíz. Un tiempo fui gruta, fragua de espadas, ráfaga incandescente abriendo la carne. Un tiempo fui galope, ácaro, piedra de río mojada, débil. También fui derrumbe y cal, colmena furiosa, perra en celo, cocodrila tibia; y una ramita de araucaria movida por el viento. Un tiempo fui pan, zumbido, pliego de amate, ladrona turbia, páramo, turbina de avión, herida bajo las uñas. También fui escarcha, medias rotas, poema leído con tu voz, profesor… y tu voz, profesor; un tiempo fui tu voz.
Pero ya no,
ahora, enterrada en la tierra de este pueblo limpio,
soy una semilla de maíz esperando la lluvia.

noviembre 11, 2009

vengo de un aletazo del monte
aztlán:
un accidente en la zurda de la cordillera
chícales
zopilote
palabra en llamas
salí de la yerba crecida en el pecho de este animal que soy
que he sido
jehuite devorando paredones
apoxcahuando la carne de los años

vengo del ruido de la lluvia rompiendo esperanzas
del divino tormento del refino y sus mentiras buenas
salí a mitad de una noche como a mitad de un suspiro
metidos en la cama dejé mis miedos
con sus tormentos
con el paso de sus pasos

huí porque vengo
vengo porque huí del hallazgo del primer hombre
y de la preñez de la única mujer.