Noche y Día / La gran novela mexicana
Sergio González
Rodríguez
Si un escritor
mexicano representa el cosmopolitismo de la diferencia, esa voluntad firme de
comprender la cultura propia en intercambio con las gravitaciones cosmopolitas,
donde la inteligencia del pasado se impone contra la frivolidad de lo
ultracontemporáneo, fe obligatoria en la literatura sin atributos (un mero
gesto estético carente de sustancia al uso del supermercado global), es Edson
Lechuga (1970).
Mientras otros
escritores mexicanos entran tarde y mal a la tendencia de la narrativa
globalizada, en ímpetu hueco, decorativo, trivial, Edson Lechuga con su nueva y
magnífica novela Anoche me soñé muerta (Axial, 2015) asume retos de mayor
importancia, por ejemplo, la reinvención del tiempo rural en una localidad de
Puebla que vive en la premodemidad y, sin embargo, implica una visión urgente
sobre el presente. El tema del declive, de la catástrofe de lo conocido a causa
de una determinación insalvable: una sequía vasta.
En Anoche me
soñé muerta, Edson Lechuga recupera la fuerza de la literatura trágica que
consigna la profundidad de una cultura que mantiene vivo el legado indígena, lo
colonial y el atisbo a lo moderno, esa materia espesa y compleja que supieron
recuperar los grandes escritores de la novela de la Revolución, la novela cristera
o la novela rural, y que alcanzó buena parte de sus mejores expresiones en
Agustín Yáñez y Juan Rulfo.
A diferencia de
Yáñez en Al filo del agua (1947), o de Rulfo en Pedro Páramo (1955), que se
distinguen por su perspectiva integradora que evoca lo perdido, en el primer
caso, trance a la desaparición; en el segundo, montaje de fantasmas, Edson
Lechuga elige un enfoque fragmentario y vívido en el que cada parte conlleva la
totalidad: a partir de retratos de personajes comunitarios de los años treinta del
siglo anterior, los cuales se disgregan y terminan por desintegrarse ante la
sequía, la novela reconstruye, ajena a cualquier nostalgia, el peso individual
y colectivo de una situación tan extrema que linda en el exterminio.
Aparte del
vértigo globalizador, en México acontecieron tres fenómenos que han colaborado
a destruir la cultura mexicana: a) la ideología anglosajona y protestante; b)
los dogmas neo y ultraliberales con su mito, entre otros, acerca de la libertad
individual (casi siempre sólo asequible al poder privilegiado, o el dinero) y
en el que el imperativo de confluir en el mercado abierto y unánime,
desprovisto de particularidades y diferencias, soslaya las asimetrías de origen
y destino; c) la entronización del individualismo profano y secularizado que
excluye el sentido de misterio, comunidad, tradición, memoria, nacionalidad
(algo distinto, hay que subrayar, al nacionalismo).
Edson Lechuga
ofrece una novela contraria a los prestigios que ahora se premian, celebran y
divulgan. Apunta Mardonio Carballo en el prólogo: "Nada es más universal
que aquello que tiene en su forma, fondo. Y hablar de fondo en un país como el
nuestro es hablar de algo serio. Nos bastó voltear al mundo para querer serlo.
Y nada grave hay en eso salvo el olvido de lo propio y sus consecuencias. La
novela de Edson Lechuga es un recordatorio de ello. Látigo y memoria".
Si el mundo
editorial en lengua inglesa ha moldeado la categoría de "gran novela
americana" para describir una novela que muestra la cultura estadounidense
en una época específica, Anoche me soñé muerta encarnaría algo equivalente
respecto de la narrativa mexicana. El momento climático en el que un escritor
logra descifrar algunos de los signos determinantes de nuestra cultura en toda
su espléndida universalidad. El mundo anterior, atroz, conmovedor, entrañable,
que ronda nuestros sueños y pesadillas. La literatura imperecedera y su fervor
más humano.
serglezr@mac.com / Twitter: @serglezr
No hay comentarios:
Publicar un comentario