II
karla con ka me atravesó el
costillar con sus besos y sus mentiras, desbarrancó con pequeños gestos y
parpadeos mis argumentos y dejó incrustada en mí una imagen que no he podido
desenraizar de mis pensamientos. aunque ya no sé si está en mi mente o en mi
imaginación o en mis recuerdos o en mis cavilaciones o en mis quimeras. ya no
sé incluso si es una imagen que ella se inventó porque sí, por fantasear, por
alterar la realidad que tanto le molestaba:
«por insípida,
genaro», me dijo alguna vez, «por lacia y plana. por eso me encabrona, por eso
me saca urticaria, salpullido».
y yo le creí. era
imposible no hacerlo, no caer rendido ante sus argumentos y su pelo, y ese
mechón negro que apuntaba a la cicatriz de su sien.
estábamos en su
azotea, habíamos subido ahí a ver el horizonte. habíamos esperado, anhelado, un
día sin ruido y sin humo para poder poner nuestra mirada sobre la ciudad y
descansarla allá, donde termina el asfalto y empieza el monte, donde termina
esto y empieza lo otro:
«si fuera ave hacia
allí volaría», dijo karla con ka señalando la línea de luz que separaba la
tierra del cielo; luego, después de un pequeño silencio, me contó su
experiencia con el búho.
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