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agosto 22, 2016

copy/paste, como en la prepa


Plagiar no es solo robar párrafos sino robar ideas. Y eso es algo realmente grave. Debería tener consecuencias por supuesto. Más aún si quien robó esas ideas es el presidente de un país.
La definición de la RAE sobre plagio es: Copiar en lo sustancial obras ajenas, dándolas como propias. Peña no sólo robo lo sustancial sino párrafos y párrafos completos: copy/paste, como en la prepa.
Esto no es un mal menor (como dice Javier Moro en su post de facebook), sino un engaño (otro) inaceptable en el discurso del presidente.
Peña miente desde siempre y en todo, o en casi todo, o en mucho y casi siempre.
Hace apenas unos años Sealtiel Alatriste dimitió al cargo de Coordinador de Difusión Cultural de la UNAM por ser acusado de plagio. Bryce Echenique se abrió la crisma por la misma causa.


¿Qué dirá ahora el presidente de México?
¿Qué dirá ahora la Universidad Panamericana?
¿Qué dirá ahora la sociedad civil?


agosto 15, 2016

La poética de Edson Lechuga: una introducción





 
«No hay duda», pensé, «esto que se mueve somos nosotros, juntos, atados a las letras.salva.vidas, zurcidos a la palabra. No hay duda: esta tristeza que nos hiere es textual. El origen y el destino porque las cosas que suenan bajo la tierra, del mismo modo que las de encima, son nuestras».

Edson Lechuga, gotas.de.mercurio

Pável Julián Romero Solís

En un principio quise reseñar la última de sus novelas publicadas, Anoche me soñé muerta (2015), pero dada la cantidad de comentarios y alusiones que hay de ella en internet y la prensa, preferí abordar un aspecto que me parece más sustancial: su poética. Pero no desde el habitual estudio crítico o filológico de la academia para referir algún elemento formal, propio de la narratología. Quiero retomar una tradición digamos antigua de transmisión de saberes: la oralidad, la enseñanza maestro-aprendiz y la reinterpretación. En ese sentido el siguiente texto se acerca más al formato de la crítica y ensayo de Xavier Villaurrutia y Amado Nervo, que no se alejan del sujeto, de la cercanía humana ni de la referencia directa o la memoria de camaradería. Si leyéramos el ejemplo de  Xavier Villaurrutia con respecto a los juicios que emite sobre la obra de sus maestros en toda su labor crítica, nos podríamos dar cuenta de la honestidad, agradecimiento, humildad y entendimiento que éste tuvo con la literatura misma. El compromiso del escritor no es ni siquiera social, es de carácter más personal y de dignidad con las criaturas que surgen de su experiencia: “las novelas son pequeñas piezas artísticas que redefinen el mundo”, esto es que se tiene que revisitar el mismo hecho, pero desde diferentes perspectivas, para demostrar que no hay una verdad absoluta en un tema: ¿A quién no le habrán dicho en algún taller que los temas centrales como el amor, la muerte o el deseo ya han sido saturados por la pluma de otros artistas?, pues Edson Lechuga ha desarrollado un profundo método para inducir al futuro escritor a conocer y trabajar su tema personal. Si pudiéramos elegir alguna premisa, digamos general, de lo que propone la poética del autor sería que la novela debe tener verosimilitud para que el lector se la crea: tienen que verse implicadas emociones para que el lector se conmueva. En una novela es imprescindible hablar de nosotros. Cada vez que un escritor se cuestiona sobre su campo de estudio y lo da a entender está contribuyendo al esclarecimiento y opinión de una de las actividades más importantes del ser humano: el arte narrativo. Existe una necesidad de relatarnos el mundo, una búsqueda de identificación en esta existencia digamos muda en la que estamos ávidos de ficción: “Innumerables son los relatos del mundo”, decía Roland Barthes en su famosa “Introduction à l’analyse structurale des récits” (1966).   Edson Lechuga está en el clan de los artistas que se han dignado a hacer una labor seria y urgente sobre su disciplina, la estética, el oficio y el fenómeno de la escritura. De esta última, el escritor nos tiene mucho que aportar.
         Cuando Lechuga tuvo la amabilidad de mostrarnos los manuscritos, libretas y apuntes sobre su próxima publicación, y mejor aún, cuando de su propia voz leyó fragmentos de aquella novela, perros.de.azotea[1], me pude dar cuenta de que estaba llegando ya a conjuntar de manera natural aquella congruencia de la que tanto hablaba  Gustave Flaubert; esa que se da entre lo que se profesa y lo que se hace. La poética de Edson Lechuga se podría resumir con la siguiente cita del padre de Madame Bovary: “Hacer llorar a los demás con las lágrimas de uno solo, pasadas por la química del estilo”. Esto no es sino indagación, pura y aparente; la cosmovisión narrativa del autor de Luz de luciérnagas (2010) gira en torno a una mecánica de autodescubrimiento, de introspección en la que el ente creativo se tiene que estimular con el recuerdo. Sus novelas no son sino meras declaraciones personales de una postura del yo que parte de la más sincera exploración del microcosmos: “hay que poner nuestra biografía al servicio de la literatura”, dice el escritor. Sobre todo porque los sustentos teóricos en los que se basa para llegar a las disertaciones no proceden directamente de la técnica, sino del ejercicio de la comprensión de la lectura, del gusto y de la sensibilidad artística. La poética del yo se decanta más hacia la confabulación del estilo y la búsqueda de la voz propia. “Muchos talleres se enfocan en dar a entender la forma (herramientas narrativas, sintaxis, ortografía, retórica, etcétera), pero no he conocido ninguno que se enfoque en el aspecto sustancial del fondo, porque la prosa piensa y los temas que nos conmueven a nosotros les conmoverán a los demás; hay que escribir de lo que nos avergüenza y si insistimos constantemente en esto estaremos creando obras sinceras y con carne”, asevera Lechuga.   Su formación en psicología le ha permitido, además, desarrollar un macrocosmos narrativo que desde mi punto de vista es de suma importancia para la escritura creativa: la noción personalizada sobre la mimesis, la imagen, las fases del proceso creativo, la metáfora de la mina, la calistenia, la graella d’fets, los tipos de lectores, los tipos de escritores y muchos otros elementos propios de su metodología. Este es un hecho que no dejaré de reportar, pues soy de la idea de que las enseñanzas de los talleres se deben quedar en algún registro gráfico. Pienso en Edson Lechuga y pienso en Salvador Elizondo, es decir en la tendencia de la “novela de la escritura”. En gotas.de.mercurio (2012) vemos alusiones directas a la concepción de la escritura en la piel, en todas sus acepciones:
El texto me mostraba un lugar nuevo e intransitado, virgen, donde las leyes narrativas creaban un universo paralelo, forjado a golpe de tecla y olfato, remachado a latidos, ungido con sudores, con fuego en los dedos, con piel, con sentido. Casi físicamente contemplé a aquella mujer tirada en la cama, despacio, con tiempo, y por un momento tuve la tentación de ponerle nombre: Silvana.  (p. 20).

Para Lechuga la escritura es un estado de catarsis y seriedad absoluta en el que existe la posibilidad de habitar un mundo totalmente distinto al de los sentidos físicos, en esta alusión coincidimos con las tesis sobre la representación/mimesis de los objetos de la realidad tridimensional. Sobre la elaboración de la novela asegura en todo momento que debe existir una revelación dada por la neurosis de la escritura, que solamente se da con el oficio. Ningún artefacto literario, por más minúsculo que pareciera, escapa de la perdurabilidad en el papel, los valores de apreciación son dados por la capacidad de asombro que ha adquirido el lector, y en este sentido toda lectura es una ambigüedad que se debe a la multiplicidad de significados. Todo acto de escritura es un ejercicio de salvación. “Hay una anomalía que me hace ir a la hoja en blanco”, dice el autor. Y esta aseveración coloca al artista como un transgresor de la realidad física, la creatividad es un músculo que se ejercita con la alteración de lo cotidiano.  
                Podríamos decir a vuela pluma que los escenarios de sus novelas son Pahuatlán, Barcelona y el Distrito Federal. Pero Edson Lechuga se ha atrevido a redefinir a la corriente costumbrista de nuestras letras. Si bien Juan Rulfo nos dejó una lección monumental sobre la universalidad, Lechuga nos lo viene a recordar completamente en Anoche me soñé muerta (2015), la primera novela que escribió y dejó en el cajón de espera durante diez años aproximadamente para sacarla a la luz en el presente año bajo el sello de la editorial Axial. “Escribir desde el origen no ayuda, hay que escribir desde el exilio. Los mejores machetazos que he dado en la literatura han sido desde el exilio: la narrativa para mí es un respiro”. Lo que ha pasado con nuestras letras es que el costumbrismo se ha venido a arraigar en la vena realista como una especie de fosilización museográfica de cuadros y fetiches, como pinceladas descriptivas asimiladas, pero puestas ya en el lugar cero de la escritura, en el lugar común. Por último quisiera cerrar con una tajante, pero reflexiva enunciación sobre el proceso creativo que nos regala el maestro de esta poética narrativa: “Una cosa es lo que creo que quiero escribir o contar, y otra lo que necesito contar o escribir. El problema está en que las heridas y lo que necesito contar están en el inconsciente”. Con estas palabras introductorias esperamos trasmitir un poco de su poética personal que nos ha compartido a varios en Casa Refugio Citlaltépetl. De Edson Lechuga no se han hecho, hasta la fecha, estudios críticos o filológicos, pero debido a la consolidación de su obra y cosmovisión de las letras no tardarán en existir.

Tlalpan, México, D.F. Diciembre, 2015.


[1] Las minúsculas son deliberadas en los títulos de sus novelas y tienen un objetivo particular. Esta novela saldrá en la editorial “Cal y Arena” en el 2017.