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agosto 29, 2011

soledad.piedra

II

con el índice en el mapa descartas zimatlán, huiztepec, valdeflores. te detienes en quialana, ildefonso, trujillo, roalo, por una especie de sin.razón: pulsión.poética. soledad piedra: te asalta el nombre y lo superpones al suyo.

no hay remedio.

es ella: soledad piedra.

incluso te parece haberlo pronunciado en algún momento. de forma caliginosa intentas evocar esas palabras cuando estuviste dentro suyo. soledad piedra. pocas cosas tan bellas encuentras hoy en tu hoy. unes el nombre con un punto para hacer de las dos palabras una sola y lo repites hasta la vaciedad. hasta hacerlo perder su sentido. hasta que sólo quedan dentro de tu cabeza fonemas oblongos, largos y monótonos como mantras. luego, detrás de los fonemas viene su rostro; primero a un palmo del tuyo luego pegado a ti; sus ojos atentos, su mirada lasciva conectada inmanente a su sexo: cerrando ciclos [se lo dijiste ya en algún momento, alguna noche de esas]. qué miraba cuando te miraba, te preguntas ahora que no está. qué buscaba en tu presente; qué en tu pasado; qué en el hilo que los une y los separa.

regresas al mapa pero su piel sigue imponiéndose al papel.

así que desistes.

doblas el pliego y lo mantienes cerrado con un pasador. no uno cualquiera sino uno exclusivo: tuyo. un pequeño objeto que estuvo en su cabello, sujetándolo, sometiéndolo, soportándolo. retiras el pasador del mapa y lo observas: negro, delgado, insignificante. aún conserva las pequeñas gomas en las puntas, así que no le haría daño al enhebrarlo en su cabello; te lo dijo ella al momento de recomponerse frente al espejo:

«vaya cara de recién.cogida», te dijo.

«¿cómo es eso?», preguntaste tú.

«así: rimel corrido, labios ligeramente inflamados, pupilas dilatadas, mejillas enrojecidas, pelo echo un nido de urracas».

jugueteas el pasador entre tus dedos, una de sus varitas es ondulada y la otra recta, una un poco más pequeña que la otra. magallanes ve en su perfil una pareja de enamorados, uno frente al otro, mirándose. tú ves su pelo. sus ojos. ves sus ruidos. su violencia apretada al hacer el amor. la fiereza de su rostro pegado al tuyo. nada más importante ahora mismo que este insignificante pasador de pelo que yace en tu palma. inanimado. anodino. nimio. insustancial. fútil y pequeño objeto capaz de rasgar la realidad y llevarte lejos:

llave de otro tiempo.

agosto 18, 2011

soledad.piedra

Si estoy en la orilla acuática, yo digo:

en el medio está el lenguaje.

María Sabina




I

sobre el mapa recorres con el índice la carretera que une a oaxaca con puerto escondido en busca de un nombre que te dé noticia de su nombre.

fallas.

erras.

te equivocas.

la trayectoria de tu dedo sobre el papel te lleva a su piel. te preguntas cuántas veces vagó tu yema por sus pechos, por su vientre, por su pelvis. cuántas fronteras trazó. cuántas carreteras inventaste para unir sus pezones a su ombligo. el mapa de su piel se impone sobre el mapa que toca tu yema aquí, a muchas ciudades de distancia, rodeado de un paisaje opuesto, contradictorio al suyo. te gustaría saber cuántos pueblos se interponen entre su voz y tu voz pero, pese a que tienes el mapa debajo de tu palma, no lo revisas. su recuerdo se impone. piensas en los límites de su piel y la tuya cuando sus cuerpos estuvieron juntos. aquella finísima línea que une y separa, que indica dónde terminas tú, dónde comienza lo otro; y lo otro, entonces, era ella. toda:

ocupando el espacio inmediato a tus lindes,

frente a ti,

encima de ti,

alrededor de ti.

piensas en sus orillas, agudas, innatas, constituyentes. experimentas un deseo casi hiriente de vivir en la frontera muchos años, hasta volverte fronterizo, como ella: entre aquí y allá, en mitad de esto y lo otro, sujetando con una mano una cosa y otra con la otra. limítrofe como ella: mujer.mitad, mujer.puente, mujer.frontera.

vuelves al mapa, ella te ha dicho que firmará su próxima novela con un pseudónimo que corresponde a un pueblo de esa geografía:

«no firmaré con mi nombre», dijo tirada sobre la cama, desnuda, fumando, «usaré el de un pueblo que se encuentra entre oaxaca y puerto escondido».

supiste que era un juego. supiste que lo que ella pretendía era que tú adivinaras el pueblo para corroborar que el azar estaba a favor de esa anomalía que estaba creciéndoles dentro. por el rabillo del ojo la viste soltar una bocanada grande de humo. su cuerpo rozaba tu cuerpo. su cuerpo era el límite de tu cuerpo.

«me gustaría adivinar cuál es», dijiste y mezclaste el humo de tu boca con el humo de la suya, «pero si acierto…»

«si aciertas», te interrumpió, «no te dejaré ir jamás».

acertaste.

lo malo fue que lo hiciste días después.

lejos ya de ella.


agosto 06, 2011

rulfo: nada más devastador


cuesta trabajo pensar a rulfo fuera de sus historias, ajeno o desvinculado del imaginario que creó con paredones de adobe, soles impasibles resecando los charcos y recalentando sombreros y rebozos, letanías y maldiciones.
es difícil afirmar que rulfo fue un hombre real, quiero decir, que perteneció a esta realidad tangible, concreta. un hombre con peso y calzado y talla y aficiones. la evocación de su figura suele tender hacia sus geografías, hacia sus espacios. pensamos a rulfo como un hombre de lodo que un día se erigió a voluntad y echó a andar por aquellas tierras áridas, vacías.de.dios.
tierras de donde surge [de dentro hacia fuera] su identidad
y [de fuera hacia adentro] su idea del mundo.
los vínculos que unen a rulfo con su obra son ancestrales, violentos y literarios hasta el agotamiento. quizá rulfo [él, hombre, ser humano, persona con pies y ojos, costillas e ideas], en ese ejercicio incandescente, absoluto, delirante y solísimo que es la escritura, terminó convertido en su propio texto,
se textualizó.
o quizá fue al revés; tal vez su letra transgredió las leyes de la naturaleza y ocupó no sólo su razón sino la razón del mundo [aquel mundo suyo donde se reflejaban las cosas de este mundo nuestro]. lo cierto es que en rulfo [quiero decir en él y en sus textos] lo literario y lo natural son una misma cosa terriblemente humana. nada más nítido. nada más devastador.
no hay, entonces, diferencia entre todos los significados de rulfo y su obra.
o mejor aún:
todos los significados de juan rulfo, el hombre, son su obra.
tan es así que no es difícil imaginar que el día de su muerte,
rulfo como preciado,
cayó de costado y luego, se desmorono como un montón de piedras.