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septiembre 05, 2012

Ese pinche dripping ontológico.



Notas a propósito de la novela gotas.de.mercurio de Edson Lechuga.
Por Eduardo Sabugal
                                                           “uno de esos hombres contradictorios, duales, que dentro de un enorme , calientan un profundo no.”
Edson Lechuga

            Un juego, un rito, así podía entenderse la escritura, como un viejo juego insensato, un rito de conjura. En gotas.de.mercurio de Edson Lechuga encontré muchas cosas en la diégesis misma que me hablaron de cerca con cierta insistencia maligna, con dolor, con familiaridad. Pero además de ese feliz reconocimiento del azar, de la rabia, de la desolación, de cierta sincronicidad que fui encontrando en la historia contenida en gotas.de.mercurio, también encontré un notable afán técnico por la escritura que funcionaba en paralelo respecto al desarrollo de la trama. Una estrategia de seducción y de deconstrucción en las dimensiones lingüísticas; la sintaxis, la semántica, quedaban retorcidas o saboteadas igual que las atmósferas de polución e intoxicación en las que se asfixiaban insalubremente los personajes.  Los puntos en medio de las palabras que separan y aglutinan al mismo tiempo, me pareció una técnica derridadiana que aparece como una declaración de guerra desde el principio, desde el título mismo de la novela. Esos puntos colocados en un entre, arrastran las palabras a una nueva sintaxis, una nueva notación, en una suerte de copulación atómica, de dispersión. Dispersión lingüística que destruye todo curso narrativo tradicional porque los personajes mismos ya no pueden hablar, separar unas cosas de otras, pensar claro y distinto, porque el mundo en sus mentes ya está atomizado, lleno de puntos como lunares. Mundo enquistado y encostrado, con entes aglutinados apenas separados por una diminuta frontera en forma de punto. Los personajes tienen también un punto entre ceja y ceja. Puntos que son gotas, de un desagüe o desangre lento, dripping de gotas de mercurio, pero también de cera, de lluvia.ácida y de secreción.que.brota.de.la.noche.
            La otra técnica de desmontaje opera en la interrupción y la neutralización. Lo erótico puede ocurrir en la mitad de un puente peatonal, porque los puentes son esa zona intermedia, ese entre que promete una reunión de orillas. En los textos también Eros (con todo el poder de la seducción) trabaja calladamente en un espacio neutro, un entre que deja en las orillas sólo zonas de luz. A Edson Lechuga parece obsesionarle la extinción de las orillas pero al mismo tiempo se entretiene en lo neutro, en la superficie de un texto neutro. Fue Maurice Blanchot quien hizo una concienzuda apología de lo neutro (a propósito de Kafka) y la interrupción, como estrategias filosóficas y de escritura, en donde justamente aquello que habla en los textos no es una voz o un autor, sino una interrupción, algo inacabado, como eso que puede ocurrir a la mitad de un puente peatonal o dentro de un sobre sin abrir. El problema del entre, sin llegar a las orillas, y la deconstrucción, operan en la superficie del drama y del texto, en las fotografías textuales y visuales, en un mapa, en una nuca, en la estampita de una virgen. El juego de superficie, la inscripción en la piel del otro, la visión en el espejo de Silvana, el espejo de un baño, el pergamino de un papel amate. La superficie termina siendo un lugar inhabitable, como las sábanas de una cama en un cuarto de hotel, donde suceden cosas, es más, donde todo puede suceder o las cosas más importantes pueden suceder, pero se imposibilita la estadía. Uno no puede quedarse ahí, sin riesgo de desaparecer. En ese espacio neutro tampoco se puede construir una identidad, porque es el entre, una lucha entre dos polos que tironean, un toro de dos cabezas.
            La salud, el refugio, el consuelo y el amparo estaban imposibilitados porque no existía el “nosotros”, ya todo estaba ido, convertido en una lágrima de semen, en un pinche dripping ontológico que atormenta. El personaje dice: “Dejaba que los minutos líquidos pasasen a través de mí como un fluido de mercurio.”
            gotas.de.mercurio es también el relato de una huida, una fuga pánica y un regreso. Instaura lo que Enrique Lynch llama Un tiempo homérico, que es el de la partida y el regreso. Gracias a la fabulación, a las mentiras que escribimos en un cuaderno, gracias a nuestras Dorinas que inventamos mientras llueve y suena Shubert, gracias a la instauración de la escritura, del contar, es que conjuramos ese otro tiempo, el de la muerte, el de la finitud, el del alcaloide, el de la droga escarbando el cerebro. Sergio como Sheherezade, cuenta para no morir. Para no dejarse embestir por esa bestia bicéfala que es él mismo, toreando a los coches en Mixcoac. Sergio y Diego, tauro de dos cabezas, urbano y rural al mismo tiempo, recuerda a otras parejas, estas míticas y memorables. Pienso en los hermanos Polux y Castor, asociados a la constelación de Géminis. Llamados los Dióscoros que significa los hijos de dios. Sergio y Diego son Dióscoros impregnados de alcohol y drogas, de rolas de Real de catorce, partícipes de una tauromaquia siniestra. En la dimensión mítica existen siempre dos gemelos, una mitad mortal y otra mitad inmortal. Los Dióscoros, unidos por el amor fraternal, originalmente nunca se separaban y podían ir a buscar sin miedo el Vellocino de oro o invadir Atenas. Cástor, domador de caballos y Pólux, boxeador, eran símbolo de una pareja echa para las hazañas. Por un castigo de Zeus, la muerte los separó. Pertenecen a medias al Olimpo celestial y a medias al mundo subterráneo del Hades. Cambian de lugar en días alternos (nunca pudiendo estar juntos de nuevo) y se pasean de la oscuridad a la luz y de la luz a la oscuridad. Por eso esta bestia bicéfala de Sergio y Diego están enjaulados en una azotea, no pueden ascender ni descender por completo, por mucho que intenten tocar los aviones y las palomas con los dedos. También pienso en  Rómulo y Remo, el tema del gemelo oscuro que intenta destruir a su hermano luminoso. Pienso en la daga que mató a Diego e inevitablemente sospecho de Sergio. Sabemos que en el fondo eso es la sombra, eso que Carl Jung llamó la sombra. Una suerte de combate con un enemigo interno. Caín y Abel, internalizados en un toro, le sirve a Edson Lechuga para llevar su estrategia de diseminación derridadiana en dos superficies: la diégesis y la forma. El lenguaje presenta una dualidad similar a la de los Dióscoros, las palabras muestran y ocultan al mismo tiempo, como Silvana que se pasea en toalla de baño y uno no puede más que imaginársela desnuda bajo esa toalla que cubre y descubre. Como el relevo de los gemelos que se tienen que mostrar y esconder.
            Ernst Cassirer decía que somos animales simbólicos, y es que estos perros.de.azotea son justamente eso, animales prófugos que se rodean de símbolos para escalar en la rampa zoológica; cartas perdidas, robadas, apiladas, postales o imágenes de vírgenes negras, braguitas de una mujer extraña y familiar, un boleto a Xalapa que nunca se usó, tres libros, tres portadas de libros, fotografías, un mapa, lo objetual se fetichiza. Y también opera una transferencia de esa fetichización de los objetos a los recuerdos, como si los productos del recuerdo fueran objetos también mágicos, como si en lugar de ser ausencias, aún conservaran una secreta potencia presente; una habitación, el número de una habitación, la cifra 309, un álamo, un cobertizo para caballos, un bar en Coyoacán, tres llamadas perdidas, las 20:20 horas, una tonada de Schubert que suena desde un manuscrito, un departamento en el Carrer Ample, son recuerdos que también funcionan como objetos fetiche, objetos que se vengan del sujeto que los recuerda.
            Al margen de los autores explícitamente homenajeados como Bolaño, Girondo y Kristof, también encontré ecos de la imagen que analiza filosóficamente Jean Baudrillard: la de aquel hombre sentado, contemplando en un día de huelga, su pantalla de televisión vacía, y que será algún día, dice Baudrillard, una de las más hermosas imágenes de la antropología del siglo XX. Hay escenas cruciales en estas gotas.de.mercurio que ocurren con el televisor encendido, escupiendo su luz insulsa.
            Respecto a las mujeres, encuentro varias versiones de Eva. El poder de la culpa, del recuerdo de la culpa y la tentación, ellas son el poder de un pecado siempre original, son la seducción pero también lo que mueve al viaje. Son el viaje y el riesgo del viaje, como las sirenas de las que huye Ulises. Esas “ellas” de Lechuga son bolañianas o girondeanas, tienen algo de la Alcira Soust Scaffo que persiguió detectivescamente Roberto Bolaño bajo el disfraz de Arturo Belano. Según Ignacio Bajter, fuera de la ficción, Alcira decía: “¡Pinche Roberto!, por qué no me saca de esos libros”, la misma imprecación deben estarle haciendo a Edson Lechuga, aquella Martha, Lara, Dorina y Silvana.


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