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septiembre 11, 2008

Amar a Mar [fragmento]

Para Mar.

Paz en la mar a las olas de buena voluntad.
Vicente Huidobro



El día en que Paolo Ardengo decidió quitarse la vida fue un lunes a mediados de junio. No era el día de su cumpleaños, no cerraba ningún ciclo con nadie, no festejaba nada, no recordaba nada especial. Era simplemente un lunes común y corriente, ordinario, insípido como todos los lunes. Un lunes que podría haber sido jueves o domingo.
Pero no.
Era lunes.
Un afortunado lunes, y eso, precisamente, enderezó su destino.

Paolo Ardengo había despertado arrastrando del sueño a la vigilia la misma tristeza de hacía meses. Había estado mirado el techo blanco de su habitación dejando que los minutos largos y bajos pasaran delante de sus ojos. Había estado escuchando sus latidos, contando sus latidos como quien cuenta ovejas. Había deseado estar solo. Solo y el sabor a alquitrán de su boca; solo y la flor de sal de sus recuerdos que se desmoronaba mientras miraba el techo blanco, inmóvil.
Inmóvil el techo.
Inmóvil él.
Paolo Ardengo se levantó en silencio, fue a la cocina a preparar café y caminó en calzoncillos hasta el balcón. Echó un vistazo reconociendo su calle: el café de las gallegas, la tienda de foto de Diego, el restaurante italiano, las bicicletas atadas a los postes, el bar de brasileños, las motos estacionadas en batería, las turistas rubias con poca ropa y gafas y sandalias y mapas de Barcelona en la mano y pechos levantados y barbillas levantadas y faldas levantadas. Las rancheras de José Alfredo Jiménez se desbarrancaban desde el tercer piso del edificio de enfrente. Jóse, el culpable de la música, estaba ya en su balcón sentado en su silla de viejo olvidado; y en el balcón de al lado, la morena que cada tarde tomaba el sol completamente desnuda pero lejana, sumergida en la música de los auriculares, desconectada del aquí y del ahora y enchufada en el allá, quién sabe dónde.
Era lunes.
Repito.
Un lunes como cualquier otro.

Desde su balcón, Paolo Ardengo se inclinó y tomó la cuerda que tenía dispuesta desde la noche anterior, atada firmemente en un extremo al barandal y con un perfecto nudo de horca en la otra punta. Muchas veces había pensado en su muerte. Imaginaba su cadáver en medio del paisaje y se estremecía. Le resultaba bello imaginarse, por ejemplo, ardiendo sin vida en una pira en mitad del monte rodeado de araucarias y framboyanes que alfombraban la tierra con una lluvia de pétalos; o reventado en la acera después de caer de diez metros de altura, con los ojos abiertos, intuyendo por última vez los pasos de algún transeúnte que se acercaría a ofrecerle ayuda inútilmente; o ahogado en mitad de un océano frío, lejano, sin más elemento que el agua y la sal. Si embargo, había desechado una a una esas alternativas. La muerte en la pira porque sabía que en realidad no tendría fuerzas ni valor para hacerse fuego una vez rodeado de leña y rociado con gasolina. La muerte por lanzamiento de azotea porque le producía algo muy parecido a la indignación el hecho de imaginar su cuerpo reventado, pisoteado por los turistas en la acera. Y el ahogamiento, porque juzgaba que el mar era más bien un elemento de vida y no de muerte. «Quien se suicida en el mar no quiere suicidarse», pensaba, «lo que busca en realidad es trascenderse». Así, había llegado a la conclusión de que la muerte más digna era la horca. La horca tenía ese toque romántico y brutal que tanto seduce a los poetas. Y Paolo Ardengo era poeta. Unos meses antes había ido a tatuarse en la planta de los pies sus últimas palabras a este mundo. En la planta del pie izquierdo se leía:
“Esta vida”
y en la planta del pie derecho:
“es una mierda”.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

wow me encantó el relato. intimista y sincero. se te ve por ahí, lechuga.

Anónimo dijo...

Bonita historia, quien la insipró sigue acordándose de tí... No dejo de leer tu blog y atender a tus lecciones. Un besazo desde la isla

Unknown dijo...

haber cuando escribes algo sobre dos ninios traviezos que trepaban en los raboles para que el aire los meciera y despues los hacian sus novias te acuerdas pele de la huerta de tu casa ? te felicito que fregonas letras